Recuerdos de una generación de salvajicos
Mi Infancia, una infancia muy Salvaje
Salvajes, una palabra que para muchos puede no significar nada especial, pero que para otros, entre los que me incluyo, hace que surjan multitud de recuerdos y emociones que me gustaría compartir con esta magnífica escuadra, a través de esta carta. Nací en 1978 y soy almogávar desde entonces. Como la mujer no se incorporó oficialmente en las fiestas hasta el año 1988, mis primeros años en la comparsa tuve el honor de salir de Salvaje, pues es la escuadra en la que siempre ha desfilado mi padre, Pedro Muñoz (foto de la izquierda junto a mí). Con apenas un mes de vida, ya me vistieron a imagen y semejanza de como ellos vestían. Los siguientes años, bien en la carroza o bien desfilando, salí junto a mis hermanas y el resto de niños y niñas de la escuadra con los trajes que nuestras madres nos preparaban, siempre imitando el que llevaban nuestros padres, los Salvajes.
Son muchas las anécdotas vividas durante aquellos años, pero hay una en especial que me gustaría recordar en estas líneas. Fue un día 5, en el desfile de La Entrada, en el que, como siempre, todos los niños íbamos subidos en la carroza de los salvajes, cerrando el desfile de nuestros padres. Ese año, cayó una gran tormenta que hizo que se paralizase el desfile. En un principio nos taparon con unos plásticos que hacían la función de techo, con la intención de que no nos mojásemos y poder terminar el desfile, pero como llovía tanto, finalmente tuvieron que sacarnos de la carroza, empapados hasta los huesos. Nuestros padres tenían la intención de seguir desfilando, así que a nosotros nos subieron a una furgoneta y nos llevaron, a todos, a casa de mi abuela. Mi madre sacó ropa seca para todos, y jugamos con los juguetes de mis hermanas y míos hasta que los salvajes fueron llegando a recoger a sus respectivos hijos.
Son muchos los recuerdos que tengo en esta escuadra, y no sólo de los desfiles, sino también de los ratos que, los días de fiestas, pasábamos en la casa de los Salvajes, “La cueva”. Aquellas mesas larguísimas en las que nos sentábamos a comer, los mayores dentro y los niños en la calle, aquellas carreras por las inmediaciones del castillo... Pero recuerdo, con especial cariño, las batallas que siempre teníamos con otra escuadra que, por aquel entonces, había en la calle de abajo de la cueva. No recuerdo el nombre, pero sí que eran Bereberes. En aquella escuadra también los niños salían a jugar a la calle, y como ellos eran moros y nosotros cristianos, nos dedicábamos a pelear, haciendo nuestra particular guerrilla. Cuando no nos veían, les lanzábamos petardos, vasos de agua, etc. Y si nos veían, salíamos corriendo a escondernos por el castillo, que está muy cerquita de la cueva de los Salvajes, para que no nos alcanzase todo lo que ellos nos lanzaban. No era raro el día que alguien volvía con alguna herida de guerra por algún petardo que se había disparado, una pedrada o similar.
Yo y mis dos hermanas, Sonia (izquierda) y Nuria (derecha)
Para mí son recuerdos especiales, que puedo seguir compartiendo con aquellos compañeros de guerrillas, pues a pesar de que han pasado bastantes años de aquello, la mayoría de aquellos niños seguimos formando parte de la comparsa, y también seguimos vinculados a la escuadra. Estos son los niños con los que compartí mis momentos salvajes:
Los hijos del Céspedes: Salva y Orosi.
Las hijas del Jero: Estefanía, Tere y Ana.
Los hijos del Lillo: Pedro Luis y Mª Belén.
Las hijas del Gandía: Laura y Elena.
El hijo del Marqués: Francisco.
El hijo de Ramón Hernandez: Ángel Carlos
Los hijos de Ramón Gandía, "el Pelotas": Angel y Javier.
Los hijos de Ricardo: Esther e Isaac.
Y mis hermanas, las hijas de Pedro Muñoz: Nuria y Sonia
Perdonadme si no nombro a todos los niños y niñas con los que jugabamos, pues antes hubo otros, y después, también. Pero esa fue, es y será, mi generación salvaje.
Por suerte, hoy por hoy, no he perdido el vínculo con los Salvajes, pues si bien mi padre ahora es “socio protector” de la escuadra, hoy son mi hermano y mi marido, junto con muchos otros amigos, los que desfilan de Salvajes. Sigo subiendo a la cueva los días de fiesta, pero ahora son mis hijas las que juegan en aquellos lugares que tantas y tantas fiestas pasé yo junto a mis hermanas y amigos. Son ellas las que ahora suben en la carroza salvaje, las que se visten con pieles como hacíamos entonces. Quizás no sea igual, pues los tiempos han cambiado, pero los Salvajes siguen siendo los Salvajes, esa escuadra que todo el mundo espera con ansia para ver desfilar, con ese paso guerrero que nadie sabe imitar y que tan característico es de ellos.
Mi padre, Pedro, y mi hija mayor, Claudia, en la carroza de los Salvajes de 2010
Por eso quiero concluir diciendo que, aunque los Salvajes son 13 o 14 hombres que desfilan como tales, además, hay muchos otros salvajes, hombres y mujeres que, como yo, lo somos de corazón, porque los hemos vivido, los hemos tratado y los hemos sentido.
¡Gracias Salvajes! Por dejarnos compartir con vosotros tantos y tantos recuerdos.
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Categoría: Cartas
Etiquetas: pedro_munoz_navarro, mari_virtu_munoz_espinosa, mini-salvajicos
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Última actualización 29/08/2012 con 4125 visitas